miércoles, 20 de noviembre de 2013

CÁRCELES AMERICANAS, CÁRCELES DE PELÍCULA


La prisión de Tent City, la 'ciudad de las tiendas de campaña', parece un rodaje cinematográfico, una recreación del ambiente carcelario que se ve un poco desastrosa pero quizá quede mejor en pantalla. El conjunto resulta desconcertante: no hay celdas, sino grandes carpas, y los reclusos van vestidos con un anacrónico traje a rayas, como si hubiesen pasado todos por la misma tienda de disfraces baratos. El resto de la ropa -camisetas, calzoncillos, calcetines- es de un rosa inesperado, optimista, de armario de niña. Resulta inconcebible que estemos contemplando una prisión del siglo XXI en el país más importante del mundo, pero, a poco que uno profundice, se dará cuenta de que esa sensación de incredulidad es casi una costumbre en los dominios de Joe Arpaio, autoproclamado «el sheriff más duro de América». En la película, él sería el malo. En la realidad, para muchos, también.



Arpaio es el sheriff del condado de Maricopa, en Arizona, al que pertenece la capital estatal, Phoenix. La suya es la tercera oficina de sheriff más grande de Estados Unidos, con 3.000 empleados, y gestiona el cuarto sistema penitenciario más importante del país, capaz de albergar a más de 10.000 internos. Nuestro hombre, de 77 años, accedió al cargo en 1993, pero para entonces ya estaba bien pertrechado de experiencias intensas: hijo de inmigrantes italianos, trabajó durante tres décadas como agente federal de narcóticos, con estancias en países como México o Turquía, y llegó a ser el responsable de la DEA en Texas y Arizona. Una de sus primeras iniciativas como sheriff fue la creación de Tent City: con espacio para 2.000 personas, viene a ser su particular solución para la superpoblación carcelaria. Se hizo con unas tiendas, excedentes del Ejército, y las plantó en una parcela libre que había cerca de una de sus cárceles tradicionales. «Los fondos necesarios para el proyecto fueron mínimos», explica con orgullo su oficina. En el ardiente verano de Arizona, la temperatura en el interior de los habitáculos supera con cierta asiduidad los 50 grados, pero al sheriff le gusta recordar que también en Irak hace calor, y no por eso los soldados dejan de vivir en campamentos. Eso sí, en los picos más sofocantes, ha permitido a los presos andar en calzoncillos.


A partir de aquella primera medida, Arpaio se convirtió en un visionario del sistema penal, un innovador entregado a depurar la experiencia carcelaria para lograr que los reclusos sufran cada vez un poquito más. Recuperó el clásico traje a rayas y decidió complementarlo con prendas rosas para evitar que los reclusos se llevasen los calcetines o los calzoncillos al terminar su condena. También reimplantó otro clásico de la historia penitenciaria: las cadenas de presos, equipos de internos con grilletes que limpian las calles, borran grafitis o dan sepultura a los indigentes muertos. Los reclusos son encadenados igualmente para algunos traslados entre prisiones, que se realizan a pie por calles cortadas al tráfico, con la intención de convertir la marcha en un edificante espectáculo. Dentro de sus cárceles, prohibió el tabaco, el café, la sal, la pimienta, las revistas pornográficas y las películas. Redujo las comidas diarias a dos, una fría y una caliente, y logró limitar el coste de cada una de ellas a 15 centavos por prisionero, menos que el pienso de los perros, algo de lo que presume siempre que tiene ocasión: «En vez de filete, comen un bocadillo de mortadela y una naranja», detalla. Eliminó todos los canales de televisión, menos el meteorológico y el de cocina, y posteriormente estableció un mecanismo por el que los convictos con sobrepeso tienen que pedalear para mantener encendido el televisor.


COMENTARIO:
Me parece lamentable que en el siglo XXI, aún sigan existiendo este tipo de noticias. No me entra en la cabeza que las personas se puedan tratar entre iguales de esta forma tan cruel e inhumana.

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